“Los hombres aprenden raramente aquello que ya creen saber” dijo la escritora británica Barbara Ward, y si bien constatamos que normalmente es así, cuando encontramos una persona capaz de reinventarse, de comenzar una vez más y de desafiar las circunstancias más complejas, es imposible quedarnos indiferentes. Son esas luciérnagas que brillan en un bosque lleno de tinieblas.
Así me sucedió cuando conocí a María Oropeza, una mujer que pasaba los 60 años, en Barquisimeto durante la graduación de un grupo de mujeres que participaron en nuestro programa de Gastronomía 360. Ella es conocida por vender empanadas en las afueras del Hospital del Seguro Social durante muchos años y estuvo dispuesta a aprender nuevas formas de hacerlas, inventar nuevos rellenos, y sobre todo a calcular bien los costos, porque a fin de cuentas no estaba ganando prácticamente nada con su trabajo. Además, parte del curso tenía componentes virtuales que había que manejar desde el teléfono inteligente o una computadora y ella no era diestra con la tecnología. Me acuerdo una frase muy simpática de ella: “cuando la tecnología avanza, el indio sufre, yo pensé que esa computadora me iba a comer, pero lo logré!” y añadía, “yo soy feliz trabajando, porque puedo servir a la persona que me necesita, soy feliz con lo que hago y en el sitio dónde lo hago”.
Una certeza como la que tenía María en ese momento fue de mucha inspiración para todos. Porque es necesario ser consciente de todo lo que recibimos a cada instante para poder agradecer y, entonces, tener certeza en el presente. Don Giussani parte de allí para afirmar que «la gran gracia representa y asegura un presente en el que se ha injertado una semilla extraña que permite que florezca la esperanza en el mañana”. Entonces surgen preguntas inevitables que a cada uno nos toca responder: ¿tenemos la sencillez para reconocer esa gracia? Y ¿en qué ponemos nuestra esperanza?
Regresando al caso de María, ella nos había prometido que algún día sería bachiller y superó su meta; recientemente nos llegó la noticia que ha seguido trabajando y estudiando, e invitó a Francys (nuestra coordinadora en su ciudad) para su grado de técnico medio en contabilidad. Ella sigue vendiendo empanadas, además, en el mismo hospital la contrataron de camarera y hace pasantías en el área de historias médicas. Frente a mi mensaje de felicitaciones me desarma con la belleza de su respuesta:
“Saludos y bendiciones, muchas gracias por todo y esas palabras que me han inspirado a seguir adelante, ya salí asignada a la Universidad y Dios mediante continuaré con este sueño y cosechar esos logros. Estoy muy agradecida por haberme tomado en cuenta y siempre tenerme presente!!! agradecida por sus halagadoras palabras y a Trabajo y Persona por las oportunidades que me brindaron!!! Gracias a Dios que me permitió llegar a esto”.
Decía el Papa Francisco en una homilía en Santa Marta en 2013: «“La esperanza es un ancla”; un ancla fijada en la orilla del más allá. Nuestra vida es como caminar por la cuerda hacia ese ancla». La otra pregunta crucial que hacía en continuación es: «¿Dónde estamos anclados nosotros?», porque María lo tiene muy claro.
Alejandro Marius