«Anaawajiraa e’inakaa aka wanee Mma mulo’usü” (Armonías que tejen un país) fue el título del concurso de Fotografía y Trabajo que enalteció el valor de los oficios relacionados a la música, y que realizó su premiación durante este mes de julio. Pero al mismo tiempo, “A’yatawa süma wayuu” (Trabajo y Persona) retomó, luego de 12 años, un proyecto en la Guajira Venezolana para formar a docentes de escuelas técnicas en el valor del trabajo y oficios adecuados a su realidad. De manera especial, nos comentaban la ancestral tradición del tejido de las mujeres wayuu y el valor que le dan a este oficio. Entonces, no es coincidencia que los tiempos que nos toca vivir exijan entender mejor el valor de la armonía y el acto de tejer.
Más allá de su obvia definición musical, la RAE define la armonía como la “amistad y buena correspondencia entre personas”, y nosotros somos testigos de cómo se están gestando amistades y relaciones de verdadera cooperación entre nuestros egresados, instituciones con las cuales colaboramos, y obviamente entre nuestros colaboradores, que no sólo perduran en el tiempo sino que se fortalecen.
Por otra parte, además de las bellas artesanías Guajiras, la misma RAE dice que el acto de tejer implica “componer, ordenar y colocar con método y disposición algo”. ¡Qué gran reto! si pensamos en los tejidos sociales, en las comunidades de base, en las agrupaciones de personas que se juntan para construir juntos, con el trabajo de cada uno y el de todos, el bien común.
Entonces estamos frente a un desafío grandísimo y al mismo tiempo fascinante: componer, ordenar y colocar con método y disposición a personas, para favorecer la amistad y buena correspondencia entre ellas.
Un pequeño ejemplo de esto ha sido la celebración al cacao y el trabajo, por el décimo aniversario de la colección de chocolates San Benito. Justamente en su día, el 11 de julio, y concretado en unas deliciosas tabletas elaboradas con cacao fino de aroma, celebramos el valor de lo que hemos dicho antes sobre la armonía y el tejer. Sin embargo, falta un factor en la ecuación que es fundamental: el valor del tiempo. A San Benito y sus monjes les tomó siglos poner las bases de la cultura occidental, de la cual somos herederos y aún sigue “en construcción”. Lo dice de manera insuperable San Henry Cardenal Newman:
“San Benito encontró un mundo social y materialmente arruinado, y su misión fue ponerlo otra vez en su lugar (…), no con la pretensión de hacerlo en un tiempo determinado (…), sino de un modo calmo, paciente y gradual. Se veían hombres silenciosos en el campo o en el bosque, excavando, desenterrando y construyendo (…). Ninguno de ellos protestaba por lo que hacía, y poco a poco los bosques pantanosos se fueron convirtiendo en ermita, casa religiosa, granja, abadía, pueblo, seminario, escuela y por último en ciudad.”
Alejandro Marius