Nadie puede ser verdadera y auténticamente feliz en un mundo donde existen la pobreza y la injusticia. Porque en un mundo tan globalizado como el que vivimos, es imposible estar ajenos a los problemas que afectan a la humanidad: los muros, bloqueos y aislamientos físicos o virtuales, no son suficiente protección para nadie; especialmente en un planeta donde si no afectan directamente las guerras, lo hace la crisis económica, política, los movimientos migratorios o el cambio climático. Pareciera que estamos “condenados” a no desinteresarnos de las necesidades de nuestro planeta, y especialmente de nuestros semejantes.

Cada vez resulta más evidente que nuestro propio bien nunca está desconectado del bien de todos. Sin embargo, la mentalidad común lleva este tema a una encrucijada peligrosa: pongo todo mi esfuerzo para estar bien y luego, si tengo algo de sensibilidad, me preocupo por ayudar a los demás; o sucede lo contrario, se busca el bien de los demás sin importar el suyo propio, como testimonian muchas personas altruistas.

Esta dicotomía puede resultar engañosa, y se salta un paso fundamental: la cultura del encuentro. Solamente dialogando con el otro es posible entender sus necesidades y, como me ha sucedido en muchas ocasiones, entender las propias. Llegando a este punto podemos reconocer que todos los seres humanos, estructuralmente, deseamos la justicia, la belleza y la felicidad. El encuentro favorece levantar nuestra mirada hacia horizontes comunes, por el bien de todos y de cada uno. Es así como todas las iniciativas, proyectos y programas solidarios y colaborativos pueden ser posibles, desde el reconocimiento de necesidades y deseos comunes. 

El bien común es posible si coincide con el bien de cada persona. Ningún poder político, económico o social puede interpretarlo correctamente, menos aún manipularlo, o intentar favorecerlo si no se construye de manera colaborativa desde la base. Por eso el mundo está lleno de ejemplos catastróficos cuando esto no ocurre. 

Para poder construir el bien común es fundamental que cada persona tome las riendas de trabajar por su propio bien y, al mismo tiempo, sea protagonista de la construcción del bien de todos, porque ambos coinciden en la medida que lo hagamos juntos.