Editorial

“Trabajo es lo que hay que dar / y su valor al trabajo / y al que trabaja en la fábrica / y al que trabaja en el campo, / y al que trabaja en la mina / y al que trabaja en el barco, / lo que hay que dar es todo, luz y sangre, voz y manos …”

El Coloquio bajo la palma del gran poeta venezolano Andrés Eloy Blanco, resuena como una voz profética en un mundo donde la pandemia puso en evidencia, además de exacerbar, las grandes desigualdades y fragilidad a la hora de tener acceso a un trabajo digno.

Sin duda “el gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas”, como afirma el papa Francisco en la encíclica “Fratelli tutti”.

Sin embargo, además de ofrecer oportunidades para todos, hay que tomar en cuenta la existencia de muchos oficios que responden a esas “semillas que Dios ha puesto en cada uno”, que van de acuerdo a las capacidades y posibilidades de mucha gente, pero que lamentablemente no son valorados y remunerados para poder llevar una vida digna.

En ese sentido, la pandemia ha revelado la importancia del personal de la salud de primera línea como enfermeros y cuidadores; o pensemos en los servicios de seguridad, atención en cadenas de alimentos y logística, o las personas que trabajan por cuenta propia en diversos servicios para el hogar. El valor del trabajo de este tipo de oficios, en relación a su remuneración y el aporte que hacen al bien común, están en algunos de los puntos del debate que está realizando el filósofo Michael Sandel, y que valdría la pena profundizar.

Para comenzar es necesario hacer, sin querer agotar el tema y ser exhaustivos, este tipo de preguntas: ¿qué oportunidades tendrá y qué trabajo podrá realizar a futuro un niño desnutrido? ¿De qué manera se mide el valor de un oficio con respecto a otro? ¿Cómo se ofrecen oportunidades reales a los más pobres para que, a través de su esfuerzo, puedan tener un verdadero acceso a una vida digna? Marcando distancia de cualquier tipo de respuesta populista o impuesta desde el poder, hemos intentado comenzar desde nuestro metro cuadrado, como lo documenta nuestro boletín mensual; sin embargo, el camino a recorrer es extenso y requiere el concurso de muchos actores.

“Porque en una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no solo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”, continúa el Papa en la “Fratelli tutti”.

Como se comentó antes, una tarea de tal envergadura no es para pensarla y ejecutarla solos, sino usar nuestra mente y corazón junto con otros, como anhela también Andrés Eloy Blanco al finalizar su coloquio: “A Dios, que me dé tormentos, / a Dios que me dé quebrantos, / pero que no me dé un hijo / de corazón solitario.”