“La mayor enfermedad hoy día —y podríamos decir que siempre — no es la lepra ni la tuberculosis —podríamos incluir la covid-19 y muchas otras —sino más bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos”. Esta frase de la madre Teresa de Calcuta cobra una vigencia importante en estos tiempos en los que, por efectos de la crisis humanitaria, la pandemia, la sensación de tranquilidad que trae la vacuna o la preocupación de quienes no han podido tener acceso a ella, se pone en el centro un tema crucial para el futuro de la humanidad: el cuidado. 

El valor del cuidado, o la otra cara de la moneda que es el descuido, ocurre en tres dimensiones inseparables que van desde el ámbito personal (cuidar de nosotros mismos), familiar y comunitario (cuidar de los otros), hasta el global (cuidar el planeta).

Un sector en donde se evidencia el descuido, en los tres ámbitos que citamos antes, es el de la alimentación. Junto a la salud y extremadamente ligado a ella, es donde se evidencia la desigualdad y exclusión en nuestro planeta. Estos números en Latinoamérica hablan por sí mismos: 187 millones de personas viven con inseguridad alimentaria (FAO-OPS-UNICEF), 50 millones padecen de hambre (FAO-ONU) y 5 millones con desnutrición (FAO-CAF). Sin embargo, de la población adulta, 57% tiene sobrepeso y 19% obesidad, y además 50% de las frutas y verduras se pierden o desperdician. Por otro lado, 60% de los suelos están degradados, y 70% del agua es extraída para la agricultura (no necesariamente para alimentar a nuestros pueblos, como puede verse).

La pandemia nos ha ayudado a prestar más atención y ser sensibles a la palabra “cuidado”, y sería estupendo que nuestro verbo más común fuera “cuidar”, pero aún nos falta mucho. Cuánta falta hace cuidarnos más y mejor a nosotros mismos, tanto física, mental, como espiritualmente, y al mismo tiempo cuidar de los otros, cuidar la relación con los otros, tanto queridos como no tanto, y atender de manera especial a los más necesitados y frágiles de la sociedad (niños y adultos mayores). Por otro lado, estamos dentro de un gran sistema donde no puede tratarse una parte sin afectar el todo; por ello también es fundamental el cuidado de nuestra casa común.

Para dar respuesta a estos desafíos hace falta el concierto de iniciativas públicas y privadas a escala global, nacional y regional, pero cada uno de nosotros puede comenzar por pequeños gestos de cuidado. Si lo pensamos bien y somos cuidadosos con los detalles en nuestro trabajo, en el trato de las cosas e instrumentos que usamos a diario, en gestos de estima a quienes nos rodean, evitando los desperdicios al comer y cuidando el medioambiente, podemos comenzar a marcar una diferencia.

Existe un primer ámbito personal: nuestro “metro cuadrado” de impacto positivo donde podemos ser libres y dar pequeños pasos. Y si miramos con atención a nuestro alrededor, somos muchos más quienes queremos dar los primeros pasos hacia, lo que el papa Francisco llama en la encíclica Laudato sí, una “cultura del cuidado”.