“Hace 30 años que no escucho música en vivo y participo en una experiencia tan alegre; no sé cómo agradecerles este gesto”, nos decía lleno de emoción uno de los presos de la cárcel de máxima seguridad de Pádua, Italia, luego del concierto “Venezuela, el pueblo, el canto, el trabajo”. Todos los músicos, periodistas y amigos presentes estábamos impactados por una experiencia que no cabía en nuestros corazones.

¿Qué hacen unos venezolanos que viven una realidad tan compleja, ofreciendo un concierto a unos presos en Italia? La historia es larga. Pasa por los panettones que ellos hacen dentro de la cárcel gracias a la Cooperativa Giotto (uno de los top 10 del mundo), los chocolates de las emprendedoras en Venezuela, muchas visitas y encuentros, pero sobre todo una cosa fundamental: el trabajo puede cambiar a una persona. Esta es una certeza que compartimos y está en el ADN de Trabajo y Persona, pero a eso hay que agregarle el hecho que ha nacido una amistad que atraviesa el Océano Atlántico y todos los muros de una cárcel.

“Un cambio para mejorar las estructuras deberá partir del hombre, de la existencia del hombre, de la reconstitución sustancial de su posición en el mundo, de su relación con sí mismo, con los otros, con el universo. El nacimiento de un nuevo modelo económico y político es algo que se puede configurar solo como la expresión de una vida que cambia.” Estas palabras de Vlaclav Havel pronunciadas en 1989 (luego de la caída del muro de Berlín), llevan a otro nivel la importancia de poner a la persona en el centro de cualquier iniciativa social, económica y política; en un mundo que apuesta a los grandes cambios desde el poder político o económico y menosprecia el rol de cada persona desde su responsabilidad individual.

¿Qué incidencia puede tener el cambio de vida en una persona frente a los grandes desafíos que tenemos en Venezuela? ¿Cuánto pesa la responsabilidad personal y su implicación en ámbitos familiares o comunitarios para generar un cambio?

La persona que realiza su trabajo de manera libre, creativa, participativa y solidaria, pareciera frágil y desproporcionada de cara a la crisis que vivimos en Venezuela; sin embargo, al igual que un concierto de música venezolana dentro de una cárcel italiana pudiera pasar por algo simplemente simpático y emotivo, no podemos menospreciar su poder transformador.

Al igual que Dostoyevski afirma que «la belleza salvará al mundo», cada uno de nosotros está llamado a verificar si es posible que el cambio de una persona puede generar un impacto mayor. Yo lo vi en los rostros de los presos de la cárcel y lo veo en muchos jóvenes y mujeres que ahora viven de su trabajo en Venezuela, ¿y tú?