¿La humanidad será la misma luego de esta pandemia? ¿Es posible que viviendo tanto sufrimiento caigamos en el mismo error? ¿Qué podemos aprender de todo esto? ¿Cómo será el futuro de la economía, el trabajo y la relación entre las personas? 

En estos días, semanas y meses han surgido desde preguntas macro como estas, hasta las más existenciales: ¿qué hago encerrado aquí? ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Es posible ser feliz en la pandemia? ¿Qué hago con tanto dolor frente a mi impotencia, la enfermedad y la muerte de amigos, incluso cuando no puedo ir a ningún funeral?; hasta las más operativas y dramáticas que en Venezuela son previas a la pandemia: ¿cómo hago para comer si no me alcanza el sueldo o si dependo de mis ventas del día? ¿Dónde conseguir una medicina si me enfermo o en qué hospital me podrían atender? ¿Muero de pandemia o de hambre?

Si hay algo que se ha logrado identificar durante la pandemia, es que a los seres humanos nos ha unido la incertidumbre y el temor frente a esta realidad tan contundente y dramática, pero también nos une nuestra naturaleza, que consiste en la exigencia de un significado que se expresa en preguntas. Ahora bien, el verdadero punto de quiebre es el tipo de hipótesis frente a estas cuestiones y el camino que humanamente podemos recorrer para iniciar las respuestas.

También ha quedado en evidencia que cada trabajo es necesario e importante. Desde el personal sanitario que está en la primera línea de la emergencia, hasta quienes se han quedado en casa y les ha tocado adaptarse a una nueva dinámica y experimentar una nueva forma de trabajo. 

El verdadero desafío que tenemos que afrontar es entender que, si todo cambia, a nosotros también nos toca hacerlo. Cambiará el modo de trabajar, de enseñar, de aprender, de cuidar el planeta y sobre todo de cuidarnos los unos a los otros. Esta es una tarea que no podemos dejar para cuando salgamos de esto, sino precisamente iniciarla ahora mismo, porque si esperamos que pase nada va a cambiar verdaderamente.

De la misma manera, este distanciamiento social que estamos llamados a vivir, no puede ser una excusa para distanciarnos de las necesidades del otro, especialmente del más vulnerable. Todo lo contrario, es la gran ocasión para una mayor cercanía de las necesidades de las personas.

Como dice el sociólogo francés Alain Touraine, es necesaria una “imaginación responsable” por parte de las naciones, estados, la sociedad civil, y entonces de cada uno de nosotros, para afrontar estos nuevos desafíos. Estamos juntos en esto y el modo de salir es unidos, de lo contrario está en juego el futuro para el planeta y la humanidad.

“Todo cambia” como dice una canción de Julio Numhauser que popularizó Mercedes Sosa, y que en estos días unos amigos míos hicieron la versión más bella que haya visto y escuchado; termina diciendo: “Pero no cambia mi amor / Por más lejos que me encuentre / Ni el recuerdo ni el dolor / De mi pueblo y de mi gente / Lo que cambió ayer / Tendrá que cambiar mañana / Así como cambio yo / En esta tierra lejana”.