“La belleza existe para fascinar el trabajo, el trabajo existe para renacer”. Esta frase del poeta polaco C.K. Norwid daba vueltas en mi cabeza hace un año y me preguntaba qué tenía que ver la belleza con la formación en oficios y el emprendimiento, más allá de trabajar bien. ¿Son suficientes un buen chocolate con un empaque que impacte, un corte de cabello espectacular, un mueble bonito, un taller mecánico ordenado y limpio o un plato de comida bien hecho y presentado? Es decir, ¿la única forma para transmitir la cultura del trabajo es trabajando bien o se puede comunicar de otra manera?

Gracias a Dios tengo amigos que respiran cultura y viven con pasión y seriedad su trabajo: desde las ideas con Aquiles de tocar música que hable de San Benito y San Juan por las cosechas de cacao, pasando por los diálogos con Karina para formar emprendedores musicales en Petare, conocer la pasión con la que dirige Elisa una orquesta, hasta llegar al deseo de Francisco de vivir de su trabajo como guitarrista y hacer su tesis de Gestión Cultural. Todos esos encuentros me ayudaron a entender que uno de los objetivos de Trabajo y Persona, “promover la cultura del
trabajo”, podía dar un viraje.

De esta manera nace y, junto a muchos amigos y aliados, se está desarrollando el último proyecto de Trabajo y Persona: Venezuela. El pueblo, el canto, el trabajo, porque el venezolano trabaja cantando y existe mucha riqueza en la música venezolana que habla del trabajo o que nació mientras se trabajaba.

Para reconstruir un país no solo hace falta un buen gobierno, una sociedad civil organizada, empresarios responsables, muchos emprendedores, profesionales y personas apasionadas por múltiples oficios, sino que también necesitamos de la belleza. Podríamos parafrasear a Norwid y ampliar su expresión diciendo que la cultura existe para fascinar el trabajo, y de manera especial la música es un modo inmediato e intuitivo para inspirar el trabajo y expresar esa relación fascinante entre el ser y el hacer.

Además, dice Bernhard Scholz, en un momento como el que vivimos en Venezuela, “escuchar o, mejor aún, cantar las canciones de un pueblo nos hace partícipes de su historia, de las esperanzas y sufrimientos que han marcado y marcan su vida. El canto nos lleva a un ensimismamiento profundo y lleno de compasión; podemos ver las sonrisas y las arrugas en los rostros, las manos moldeadas por el trabajo y extendidas para abrazar al amigo, los ojos llenos de la luz de una expectativa gozosa o nublados por las lágrimas de dolores inesperados”.