En la editorial del mes de junio narraba una historia de solidaridad conmovedora, que supera cualquier lógica de cooperación internacional para el desarrollo. No se trataba de una política pública o línea estratégica de una corporación, sino del valor del movimiento de una persona que contagia e inspira a muchos de nosotros. 

Sólo con decir que un grupo de peluqueras venezolanas se pusieron a recoger fondos,  ofreciendo su trabajo y dando clases, para ayudar a sus colegas de Cesena (Italia) que habían sido afectados por las inundaciones, es una noticia que descoloca a cualquiera. Por eso y como soy un creyente de la “cultura del encuentro”, y que “la realidad es más importante que la idea”, como tanto ha insistido el Papa Francisco, decidí ir hasta Maracay para poder vivir la experiencia.

Y allí estaban Gloria, con su hija Caty y su pequeño nieto José, muchas profesoras, los estudiantes, otras emprendedoras de la comunidad e invitados. Nos encontramos con una sobreabundancia de bondad, agradecimiento, solidaridad, entusiasmo, trabajo colaborativo, y deseos de que la educación y el trabajo sean los pilares de un futuro mejor para nuestro país; todo espontáneo, transparente, mostrando lo mejor de ellas, y con un deseo infinito de crecer y salir adelante. 

Podríamos dejarlo hasta aquí y sería una historia excepcional, muy motivadora, llena de sentimiento, y que muy probablemente pueda generar impacto en otras personas. Sin embargo, algo me decía que no era todo: tenía que haber algo más.

Cuando ocurre algo tan verdadero, más allá de ser un punto y final, te abre a preguntas que necesitan tiempo para encontrar respuestas. ¿Es sólo el agradecimiento y la solidaridad lo que mueve a estas personas? ¿Cuál es la verdadera necesidad del ser humano?

Semanas más tarde, retomando la conversación con Gloria, me daba cuenta que una persona siempre está necesitada de otra, no importa su condición socioeconómica. Es una característica humana, porque somos estructuralmente necesitados, especialmente del significado de las cosas. Precisamente por haber sufrido mucho en su vida, por vivir esa necesidad, por el hecho de haber sido ayudada, surge en ella de manera espontánea el querer ponerse a ayudar a otros. 

Pero la mentalidad dominante nos vende la fantasía de que somos autosuficientes y que todo depende del éxito que tengamos, y no es así. El poder encontrarnos, el mirar la realidad, por más difícil que sea, permite pasar de una necesidad y un gesto solidario, a darnos cuenta de lo que nos hace falta para vivir.

Se puede vivir en la carestía, y aun así tener la conciencia que siempre necesitamos algo más grande que lo material para dar sentido a nuestra vida. Con Gloria le dábamos el nombre de Dios.