«La personalidad humana se forma en la medida en que desarrolla un juicio sobre las experiencias que le toca vivir. Dado que la experiencia del dolor es una de las más imponentes, puede decirse que la posición frente a ella es la misma que el hombre asume frente a la experiencia global de su vida y al problema que ésta representa. A partir de cómo un hombre se posiciona ante el problema del dolor se puede entender cómo se posiciona ante el problema de la existencia en su conjunto.»

Son palabras que mi amigo Davide Rondoni utiliza en el prólogo del Cartas desde el dolor, del escritor francés Emmanuel Mounier. Tuve la oportunidad de releerlo, y su naturalidad epistolar invita a empatizar con la experiencia que se tiene, más que proponerse hacer un tratado filosófico o psicológico sobre el dolor en sí mismo.

En Venezuela se puede experimentar no sólo el dolor y el sacrificio vividos en primera persona, sino también la enormidad de la injusticia de la que somos testigos a diario. Sería muy pretencioso y corto de miras pensar que tenemos la exclusividad mundial en este campo, porque me gustaría referirme a cualquier experiencia de dolor, incluso la provocada por el hecho de que las cosas no salgan como pensamos o imaginamos. Sin embargo, las palabras de Mounier abren un enfoque muy diferente al de la anestesia, la evitación, la negación o el voluntarismo como único ascenso a la curación.

¿Qué juicio hacemos de las experiencias que vivimos? ¿Qué actitud tomamos ante el dolor que experimentamos en nuestra propia carne o vemos en los demás?

«La medida de la humanidad se determina esencialmente en la relación con el sufrimiento y la persona que sufre. Esto se aplica tanto al individuo como a la sociedad. Una sociedad que no es capaz de aceptar el sufrimiento y es incapaz de contribuir mediante la com-pasión a que ese sufrimiento sea compartido y llevado dentro es una sociedad cruel e inhumana. La sociedad, sin embargo, no puede aceptar a los que sufren y apoyarlos en su sufrimiento si los propios individuos no son capaces de ello y, por otra parte, el individuo no puede aceptar el sufrimiento de los demás si él personalmente no es capaz de encontrar en el sufrimiento un sentido, un camino de purificación y maduración, un camino de esperanza».

Estas palabras del Papa Benedicto SVI (Spe Salvi 38) no son fáciles de digerir; sin embargo, en Venezuela hay mucha gente que está mirando a la cara todo este dolor y sufrimiento.

Ante la degradación humana muchos responden con gestos de fraternidad y la injusticia se combate con solidaridad. La tarea es poder experimentar todo esto, dar a conocer estos gestos y educar a las personas para que sean verdaderos protagonistas en la construcción del bien común.