«Que el trabajo cotidiano se vuelva el cambio más grande de la historia». Esta exhortación, con una propuesta de método implícita por parte de Luigi Giussani, no solo subraya el valor del trabajo y su incidencia en cambiar la realidad, sino en señalar la importancia de las pequeñas tareas que nos toca hacer a diario.

Cuando pensamos en grandes cambios, lo primero que nos viene a la mente son las guerras, revoluciones, acuerdos entre quienes ostentan el poder, y eventos de dimensiones desproporcionadas, tanto para bien como para mal. En lugar de ello, poder conectar los grandes cambios de la historia con los trabajos cotidianos, suena atrevido. Es complejo de procesar para la mentalidad común, darle esa importancia a los oficios más menospreciados, rutinarios, mal pagados, o incluso los que se hacen de manera gratuita, como por ejemplo en el hogar o las actividades de caridad.

El trabajo es la relación libre, creativa, colaborativa y solidaria entre el Yo, la realidad que lo rodea y el resto de la humanidad. Esas cuatro dimensiones ya las desarrollamos en el boletín de febrero de 2019, y es más pertinente que nunca retomarlas, porque a través del trabajo podemos incidir y transformar nuestro entorno colaborando al bien común; y al mismo tiempo es la gran ocasión para conocernos más a nosotros mismos y recuperar nuestra dignidad.

Por eso es oportuno preguntarnos: ¿con qué conciencia trabajamos? ¿Reproducimos actividades monótonamente o buscamos encontrarle un sentido a lo que hacemos? Si lo que tenemos entre manos es colaborar al bien común y la gran oportunidad de conocernos mejor, ¿estamos atentos a vivir el “aquí y ahora” para descubrirlo?

Cada uno debe sacar las cuentas con estas preguntas y dar el tiempo necesario para descubrir las respuestas; porque el valor de las mismas radica en su cotidianidad y contemporaneidad. Es como el amor: nadie quiere vivir con el crédito del “sí” de hace un tiempo atrás de la persona amada, sino que desea que acontezca diariamente. Es por ello que el cambio es gradual y nos interpela a descubrir las respuestas a estas preguntas cada día. Es complejo que la respuesta surja siempre y de manera automática, si no dejamos que la pregunta emerja como cada amanecer.

En esta pandemia no se nos ha ahorrado el drama de cambiar en poco tiempo muchas de las certezas que teníamos; pero lo peor que nos puede pasar es que se apaguen las preguntas acerca del sentido de lo que hacemos, desde el trabajo hasta nuestra propia existencia. Solo así seremos parte del gran cambio de la historia, comenzando por nosotros mismos.