La economía global ha experimentado la peor recesión en 90 años, con los segmentos más vulnerables afectados de manera desproporcionada, con una estimación de 114 millones de puestos de trabajo perdidos y alrededor de 120 millones de personas que han vuelto a sumirse en la pobreza extrema, según el Informe sobre Financiamiento para el Desarrollo Sostenible 2021 de las Naciones Unidas. Adicionalmente, una nueva nota técnica de la OIT afirma que solo en América Latina y el Caribe se perdieron 26 millones de empleos como consecuencia de la pandemia, y este año comenzó con un panorama complejo empeorado por nuevas olas de contagios de la Covid-19 y procesos de vacunación lentos que generan mayor incertidumbre en las perspectivas de recuperación de los mercados de trabajo.

Un panorama como este, puede ser abordado desde diversos puntos de vista: unos más técnicos y pragmáticos, y otros con enfoques más ideológicos, más o menos asistencialistas, pero lo que no debería dejar de lado ninguno de ellos, es el valor de la persona y el bien común. Algo que nos dejó la pandemia, al menos por un tiempo, fue la evidencia de la indefensión colectiva y la interdependencia: dependemos unos de otros. Y ahora vemos con tristeza cómo en algunos países ni siquiera se ha iniciado el proceso de vacunación, y a nivel global ya se corre el riesgo de pensar soluciones excluyentes que van a generar mayores desigualdades.

¿Cómo se puede hablar de desarrollo y dignidad humana sin comprometernos con el bien de todos, empezando con el compromiso para que cada persona tenga la oportunidad de tener una vida digna a través de su trabajo?

Cada quien tiene y debe asumir su responsabilidad, por grande o pequeña que esta sea, desde los organismos multilaterales, sectores públicos y privados, hasta tú y yo. No hay impacto que sea despreciable en estos días, desde el trabajo del investigador en la soledad de su laboratorio para encontrar la vacuna, hasta quien siembra una nueva semilla para producir alimentos. Ningún esfuerzo es pequeño ni pasa desapercibido.

Justamente en este mes de marzo, se ha celebrado la fiesta de un personaje histórico que vivió de manera oculta, sin muchos discursos, un hombre justo, valiente, de una gran fe y que nunca dejó su trabajo de carpintero: san José. Él “nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en ‘segunda línea’ tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación”, dice el papa Francisco en su carta Patris Corde.

“La crisis de nuestro tiempo, -continúa la carta- que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva ‘normalidad’ en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades.”