Imaginemos por un rato que no solo estamos en pandemia, sino que ya no existen las comunicaciones (incluyendo Internet), transportes aéreos o marítimos seguros, han caído todos los Estados y desaparecido las Naciones Unidas, la Unión Europea y cualquier organización que favorezca el encuentro y diálogo entre los pueblos. Todo está sumergido en la barbarie y cada uno tiene que velar por sus propios intereses, protegidos por pequeños grupos de vecinos que deben velar por su propia seguridad.

Haciendo uso de esta ficción, y con el respeto que merecen los historiadores, esta imagen es la que viene a mi mente cuando intento ensimismarme en lo que fue la caída del Imperio romano de Occidente en el año 476 d.C. Lo increíble es que luego de un poco más de mil años, la caída del imperio que trajo muchos aportes para nuestra civilización, cayó en manos de bárbaros que usaban la misma lógica de expansión: la conquista violenta y la esclavitud. 

Justamente a finales del mismo siglo V nació un personaje que desarrolló, la que yo llamo, la “revolución del trabajo” que coloca en el centro a una persona libre con todas sus dimensiones: cuerpo, alma y espíritu. San Benito de Nursia es el padre de la experiencia monacal en occidente, además de patrono de Europa por todo el impacto que la experiencia benedictina ha generado en la civilización occidental.

Conmemorándose el 11 de julio su día, favorecimos un encuentro con el Abad Lepori, para que nos aportara más sobre esta experiencia que nació de manera silenciosa, generando “triple impacto” en toda Europa, en un momento donde todo estaba en ruinas.

Las acciones de una sola persona parecen insignificantes frente a los grandes problemas de la humanidad, pero eso no detuvo a Benito, quien afirmaba que “el trabajo es bueno para la persona, para su felicidad y su plenitud”; y esto nos ofrece un punto de partida para construir una nueva humanidad desde el metro cuadrado que nos toca. Justamente por esta necesidad de la persona, su regla se resume en “Ora et labora” (reza y trabaja): una propuesta de comunión entre lo trascendente y lo contingente, donde la oración es una relación con Dios y los hermanos, generando una nueva mirada sobre todas las cosas, y el trabajo es relación con la creación divina.

“Es el sujeto capaz de comunión quién da calidad al trabajo, a condición de que profundice en la conciencia de sí mismo, de su naturaleza y vocación… Para los que cultivan esta conciencia, nada es trivial y de poco valor; todo es universal y abarca la tierra y el cielo.” Nos continuaba diciendo Lepori en el encuentro.

Esta conciencia del trabajo y el valor de mis acciones necesito reconquistarlos cada día, no solo por el mucho o poco impacto que tengan, sino por la autoconciencia que implican. Lepori me interpela con esta frase fulminante: “Sin trabajo el hombre no es amigo de sí mismo”.